La masculinidad es un concepto difícil de definir.
Pero empecemos por lo que la masculinidad NO ES.

La masculinidad hegemónica se constituye a partir de una triple negación:
- No soy niño
- No soy mujer
- No soy homosexual

Además, la masculinidad:
- NO ES un hecho biológico, no depende de los genitales con los que hayamos nacido.
- NO ES la manifestación de una esencia interior, no está determinada ni por el alma ni por las energías.
- NO ES un conjunto de atributos propiedad de los varones, no es algo que se tiene o que se posee.

Pero entonces, ¿qué es la masculinidad?
La masculinidad en singular es un mandato, un conjunto de normas, de prácticas y de discursos, que de ser asumidos de forma más o menos “exitosa” asignan a los varones una posición social privilegiada respecto de otras identidades de género.

A medida que los varones van creciendo, pero ya desde la adolescencia, se va configurando el mandato de ser proveedor. Este les impone la necesidad de conseguir un trabajo para “ser alguien” y la responsabilidad de mantener el hogar económicamente, saliendo a trabajar principalmente en el ámbito de lo público y recibiendo un salario.

Además, existe la exigencia de ser procreador, que se basa en la idea de que para ser un “verdadero varón” hay que tener la capacidad de fecundar y tener hijos/as (si son varones mejor), lo que implica condicionamientos de potencia y virilidad.

Ser protector es otro mandato presente en la socialización masculina y está relacionado con la responsabilidad de cumplir la función de proteger a las demás personas, especialmente, a las mujeres (quienes, según esta lógica, serían más débiles y, por lo tanto, necesitarían de la protección masculina).

La heterosexualidad obligatoria es el mandato que indica que las personas se tienen que sentir atraídas sexoafectivamente por personas del sexo “opuesto”. A los varones les tienen que gustar las mujeres y, si no es así, o parece no ser así, serán sancionados a través de distintas formas de discriminación.

Otro mandato fuerte para los varones es la autosuficiencia, vale decir, hacer todo solo, no necesitar ayuda, no depender ni confiar en nadie, tener el control, seguir e imponer las propias reglas sobre los demás. Esto se traduce como un privilegio a través del ejercicio de poder, de dominio y de control, que aparecen como atributos intrínsecos a la masculinidad.

Se trata de un mandato que viene acompañado de otro: tener que ser siempre fuertes, resistentes, duros, tenaces, arriesgados, estar siempre a la ofensiva, enfrentar el riesgo y no demostrar debilidad, pasividad ni vulnerabilidad, ya que estas características están connotadas como femeninas y, por tanto, son temidas y no deseadas.

Otra de las exigencias más extendidas de la masculinidad es la restricción emocional, es decir, la imposibilidad de expresar las emociones. Así, la construcción de la masculinidad implica presiones y límites en ciertas manifestaciones de la emotividad, en particular, las relativas al miedo, la tristeza y la ternura.

A su vez, el ordenamiento de género ubica a los varones del lado de la racionalidad y la inteligencia y a las mujeres del lado de los sentimientos y la intuición. Así, los varones tienen el mandato de ser siempre capaces de tomar decisiones, de no dudar y no equivocarse. Al adjudicárseles la inteligencia racional, se los considera más aptos para trabajos que implican responsabilidad, aquellos relacionados con la ciencia, la cultura o la política y, por tanto, gozan de mayor dominio del espacio público.

Este texto forma parte del Cuadernillo Varones y Masculinidades, elaborado por la Iniciativa Spotlight y el Instituto de Masculinidades y Cambio Social.

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